Es sábado, un sábado normal de cualquier invierno. Fuera llueve, como de costumbre.
Sé que no es así.
Debería estar en la calle, pero por una cosa o por otra estoy aquí. Las gotas golpean con furia mis cristales mientras dejo que mi mirada vague por la solitaria calle. Parece como si quisieran decirme algo. No sé muy bien por que, pero creo que debería subir a la azotea. El estruendo de la lluvia parece casi armonioso cuando abro la puerta de hierro macizo.
Mi mundo, tan vivo y colorido, se presenta ante mí mustio y apagado.
Sé que estás triste.
Recuerdo que en algún libro leí eso de “ los ángeles no lloran”. Debe ser el peor pecado que puede cometer una persona, así como el mayor privilegio es verle reír.
Sé porque llueve... el cielo llora por tu sonrisa.
La nostalgia se lee en cada gota de lluvia con tanta facilidad que parece una cualidad más del agua. También yo lo siento.
Y le pido perdón a Dios, si realmente existe, pues debe estar enfadado con estos mortales que hacen perder la sonrisa de su pequeño ángel. Le pido perdón... porque no tengo intención de devolvérselo.
Dicen que tras la tormenta viene la calma. Aún no sé como pero te aseguro, pequeño ángel, que encontraré la forma de mostrarte el arcoiris que deja a su paso la lluvia.



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