La mañana entraba en mi vida una vez más. No sé como pude olvidarme de correr las cortinas la noche anterior. Los rayos de sol me castigaban, como si fuera una especie de prófuga. O quizás es que no se terminan de llevar bien con la resaca.
En mi somnolencia, hice un amago de desperezarme, pero aborté el movimiento casi antes de empezarlo. Algo, más bien alguién, se abrazó con cierto tinte de ternura a mi cintura. Remolona abrí los ojos para ver que pasaba. Una extraña sensación, llámese felicidad, recorrió mi espalda. Hacía demasiado tiempo que no comtemplaba esa expresión en su cara.
Está preciosa cuando duerme.
Los recuerdos de la noche inhundaban poco a poco mi memoria, llenando mis lagunas como si se tratara de un estanque. Es normal, ahora que lo pienso, que no prestara atención a las cortinas. El espectro de una sonrisa flotó por mis labios cuando se removió, haciendo rozar su piel y la mía.
Es como sentirse en el limbo.
Creo que sería inútil preguntarme por mi ropa; está claro que puesta no la llevo. Pero, para mi íntima satisfacción, no soy la única que está desnuda.
La escuché refunfuñar entre dientes cuando empecé a acariciarle la cabeza.
-Cielo –murmuré usando el tono más dulce que podía dadas las horas de la mañana. Como respuesta, se apretujó contra mi-. Cielo, ¿estás despierta?
Soltó un largo bufido, que acojí con una pequeña risa producida por las cosquillas, que podía interpretar por un "déjame en paz".
Procedí a obedecerla y me acomodé, estrechándola contra mí. Me encantaba sentirla cerca.
La maldita luz matinal que me había despertado se derramaba ahora sobre nosotras, cual promesa de bendiciones. En ese preciso instance me pareció cálida y agradable.
-Nena –pronunció ella con voz adormilada al cabo de un largo rato de silencio-, ¿te has vuelto a dormir?
Mi expresión no cambió, pues podía traducirse por la más simple que puede tener una mujer: dulce satisfacción.
-No. Y, si esto es un sueño, permíteme no despertar.
16/12/10
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