Cuando se es niño no se miente. No se tiene consciencia del bien o el mal. De lo que tus palabras pueden provocar en los demás. Todo se ve tal y como es, sin matices. Sin sombras ni lealtades.
Es conforme vas creciendo cuando se desarrolla este arte. Porque, para bien o para mal, es un arte. Quieres ocultar cosas por privacidad, por vergüenza, por miedo. Las primeras siempre son inocentes, inocuas. Pero como el tabaco, también es adictivo.
El ser humano es un animal social que se relaciona con un numero elevado de personas. Amigos, padres, hermanos, abuelos, vecinos, conocidos... Y algo en lo que somos iguales: todos mentimos.
Pero, ¿cuándo una mentira es buena y otra mala? No estoy defendiendo el hecho de mentir; sin embargo hay que admitir que a veces es necesario mentir. Para cubrirte y no recibir daño o, más importante, para no hacer daño a la gente que quieres.
Mentiras piadosas, las llaman. Piadosas, ¿de quién? ¿Quién prefiere recibir una mentira a la verdad? Hay veces que es dificil decir las cosas, porque duelen. Es ahí donde más se falla.
Pero bien lo dice el refrán: 'quien bien te quiere, te hará daño'. También prodría aplicarse ese de 'mejor la cara una vez colorada que ciento amarilla'.
Porque es cierto que las palabras duelen, duelen más que un cuchillo. Porque no te hieren el cuerpo, si no la mente. Pero también es verdad que es peor sentirse traicionado por una persona que quieres, que admiras, en la que confias. Y la confianza es algo que sube en escalera, pero baja en ascensor. Una vez la has perdido es muy dificil de recuperar.
Y, simplemente por eso, la gente miente. Por miedo. Y el miedo, al fin y al cabo, hiere más que las espadas.
27/3/12
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