Llevo días pensando. Pensando en nada, y en todo. Creo que el karma ha debido enfadarse conmigo, pues no me da más que disgustos... y yo, tan masoquista como siempre, aún lo espero sentada en mi tejado.
La luna se alza roja. Aunque yo casi no lo noto. Su imagen me llega borrosa; pero no me doy cuenta de que estoy llorando hasta que el sabor amargo de las lágrimas toca mis labios. Entonces percibo cuanta sed tenía.
Mi cuerpo está rígido, pesado. Me doy cuenta de que mis movimientos son lentos, como si mis visagras estuvieran oxidadas. Creo que los excesos empiezan a hacer mella en mi. Odio sentir el propio latido de mi corazón, me resulta tan...
Agobiante es la noche. No hay nubes, pero no veo las estrellas. Han debido ir a velar el sueño de otra. Casi me olvido de que yo no duermo. Claro, quizás se aburrieron de darme conversación. Creo que terminaré volviéndome loca de tanto hablar con esas desviadas. Nunca voy a reconocerlo, pero me dan hasta envidia. Tan lejanas y sin embargo, tan admiradas por todas. Ojos mudos, testigos de tantas historias. Sangrientas, confusas, misteriosas, románticas, simples... confidentes de tantas vidas. Tantas vidas ajenas.
A veces es como si yo misma fuera una espectadora más. Me he sentado en medio del escenario para ver como los actores bailan su particular drama. Mis participaciones, excasas, parecen faltas de emoción o contenido. ¿Será ambas cosas? Mi propia voz es impersonal cuando me excuso para salir entre bastidores. La primera fila no está hecha para mi.
Y sin embargo...
Esa noche se sumergue entre sueños que flotan. El aire está cargado de deseos. Aún veo flotar los polvos de morfeo por el horizonte. Hace tiempo que se cansó de entregarmelos a mí. Y no me importa pues, parece, me he convertido en una hija de la noche.
13/4/11
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)



0 comentarios:
Publicar un comentario
Dame fuerzas, Libertad, para hacer uso de tí con moderación y esmero. Dame ánimos, Verdad, para abanderarte hasta en tu último proyecto.